Paco Montaño*
Sobre el autor:
Bernardo Esquinca es un tapatío nacido en 1972, vive en Cd.
México desde hace ya 8 años; es un escritor mexicano inscrito en la temática de
la llamada weird fiction o "ficción de lo extraño". Su obra mezcla
los géneros policiaco, fantástico y de terror. En un país donde la literatura
de terror es menospreciada por la crítica, él ha logrado ganarse a la crítica y
al mismo tiempo tener un grueso grupo de seguidores fieles. El conjunto de sus
libros constituye una obra coherente porque sus temas y obsesiones reaparecen
bajo una luz distinta siempre: Eros y Tánatos, los sueños, la nota roja, los
insectos, la pareja amorosa, los manicomios, el mal, la ficción científica, los
recursos del relato policial y de terror.
Presentación en la FENAL
El pasado lunes 1 de mayo teniendo como marco la FENAL, el
autor presentó su último trabajo en la sala Anaís Nin acompañado por el locutor
y periodista Eduardo Limón. Si bien esta obra ya había sido publicada en el
2011 por Ediciones B en su colección Ficción ZETA, edición ahora considerada
“rara” aparentemente debido a que hubo un tiraje muy reducido de ejemplares, en
este 2017 ha sido reeditada íntegramente por Almadía con un formato de bolsillo
y un diseño editorial bastante atractivo. Bernardo, quien también es el director
de la revista literaria más longeva del país, Tierra Adentro, nos platicó sobre
su pánico por los insectos, su morbo por la nota roja, su gusto por lo
sobrenatural y las historias de terror y su peculiar forma de trabajar sin
método; es decir, como las ideas llegan y sin tomar notas de nada. Se acusa de ser supersticioso – de allí que
suele trabajar sin tomar apuntes ni hacer notas, solo subrayando los textos
donde investiga- y un fan del género negro. Un punto importante sobre su
trabajo lo trajo a colación Eduardo Limón quién mencionó que uno de los
principales y más recurrentes personajes de Bernardo es la Ciudad de México,
específicamente el Centro Histórico.
Y es que en sus recovecos que te llevan por callejones oscuros, por casonas con más de un siglo de antigüedad, con los túneles del metro que recorren kilómetros de via férrea bajo tierra, con avenidas aparentemente interminables, con los modernos y altos edificios que contrastan con los palacetes coloniales enmarcando el paisaje urbano y con la miríada de individuos anónimos que deambulan a todas horas por todo el lugar, ya sea el mendigo deforme y siniestro que pide monedas en una esquina, el organillero que emite las notas de su pesado armatoste, los darketos, punks, hombres y mujeres de negocios, escolares, los cantantes y autores improvisados que abordan los vagones del metro para “pedir” una cooperación y evitar asi que nos asalten, prostitutas, monjas, enfermeras, el neo-nazi con rasgos indígenas, el policía comiendo tacos en su patrulla…¡lo que te imagines! La ciudad adquiere una personalidad tal que deja de ser simple escenario para transformarse en protagonista importante de la narración.
Y es que en sus recovecos que te llevan por callejones oscuros, por casonas con más de un siglo de antigüedad, con los túneles del metro que recorren kilómetros de via férrea bajo tierra, con avenidas aparentemente interminables, con los modernos y altos edificios que contrastan con los palacetes coloniales enmarcando el paisaje urbano y con la miríada de individuos anónimos que deambulan a todas horas por todo el lugar, ya sea el mendigo deforme y siniestro que pide monedas en una esquina, el organillero que emite las notas de su pesado armatoste, los darketos, punks, hombres y mujeres de negocios, escolares, los cantantes y autores improvisados que abordan los vagones del metro para “pedir” una cooperación y evitar asi que nos asalten, prostitutas, monjas, enfermeras, el neo-nazi con rasgos indígenas, el policía comiendo tacos en su patrulla…¡lo que te imagines! La ciudad adquiere una personalidad tal que deja de ser simple escenario para transformarse en protagonista importante de la narración.
Se trató de una plática breve pero amena en donde además se
mencionó la posibilidad –casi un hecho ya- de que algunas de sus historias sean
adaptadas para la pantalla grande. También Bernardo mencionó como el género del
Terror es un nicho de mercado prácticamente virgen en nuestro país, por lo que
instó a los autores que gustan de este a que sigan produciendo.
Reseña de la obra.
Al principio encontramos fragmentos del diario de un
entomólogo y de noticias de plana roja, que en apariencia carecen de
importancia para la novela pero, cuando conozcamos el caso de la asesina de los
moteles, y a Casasola y Verduzco, periodistas de nota roja, se llenarán de
sentido. Ellos hacen la valoración de este tipo de periodismo. Recuerdan que
Sabato apreciaba las páginas policiacas porque le parecían la expresión más
contundente de la realidad. La nota roja se parece a la literaria porque hay
que inventar, poner imaginación y narrar. En los anuncios de ocasión, incluidos
los de sexoservicio, los amarres y los oficios de los curanderos, se observa la
expresión humana sin hipocresía.
Verduzco piensa, cuando entra a una librería y mira las
mesas de novedades, que se trata de modas o libros por encargo. Cree
fervientemente que la nota roja es mejor, más auténtica y vívida. Y, para
terminar pronto, él tiene más lectores de sus reportajes morbosos que los
escritores de libros. La nota roja acaba por trazar vasos comunicantes con el
erotismo en el texto de Esquinca cuando Verduzco es sacrificado por la asesina
de los moteles, que lo ata a la cama y lo asesina del mismo modo en que el
periodista había reporteado varias veces.
Después aparece El Griego, un fotógrafo de nota roja, ya
jubilado, que dice una verdad sobre los asesinos, sacada de las planas rojas de
los periódicos y no de los libros: “La gran mayoría de los crímenes que cubrí
no fueron realizados por asesinos fríos y meticulosos. Se trataba de personas
comunes y corrientes, que cedieron a un arrebato de furia, provocado por celos,
frustración o deseos de venganza. Cualquiera puede convertirse en asesino”.
Coincide con una definición que dio un prestigiado escritor sudamericano de
cuyo nombre sí quiero acordarme pero no puedo (quizá sea Leopoldo Lugones): “un
asesino es un hombre común y corriente que estaba pasando por un mal momento”.
El Griego es un personaje que estuvo enamorado de una
interna de un hospital psiquiátrico y el relato de su vida marcha como un
contrapunto del relato que hace Casasola de las pesquisas sobre la asesina de
los moteles. Este personaje está inspirado en Enrique Metinides, destacado
fotógrafo de mediados del siglo xx; es una especie de homenaje que Esquinca,
como J. M. Servín (D.F. confidencial. Crónicas de delincuentes, vagos y demás
gente sin futuro. Almadía, 2012) rinden a este fotorreportero, testigo
privilegiado de su tiempo. El mismo J. M. Servín, en el libro mencionado,
comparte la inclinación de Esquinca por el periodismo criminal: “pese a su
estrecha relación con la anomia social, la nota roja es menospreciada como
objeto de estudio. Sus páginas culposas resaltan el rostro temible, la mueca
sardónica y pendenciera, el lenguaje agresivo, el azoro inagotable y la
vitalidad exacerbada. Como página de sociales del infierno, celebra la
subversión del orden, encubierta bajo una lección moral. Explora lo
impredecible, singular, despreciable y grotesco…”.
Pasada la mitad de La octava plaga, surge el entomólogo
Taboada, quien se halla recluido en un hospital psiquiátrico y ayuda a Casasola
y a El Griego a develar el misterio de la asesina. Elabora una teoría que habla
de cómo los insectos se han mimetizado con los seres humanos para destruirlos: el
entomólogo recluido en el psiquiátrico se come los libros como las polillas;
Olga, la ex mujer de Casasola, es una especie de autista que sólo atiende a la
luz de los focos; la asesina de los moteles, en suma, es una mantis religiosa
que asesina a los machos después del apareamiento. Si consideramos que la
novela habla de la comunicación entre insectos y seres humanos, debemos decir
que Bernardo Esquinca continúa un planteamiento que realizó Rafael Bernal en
1946 con una novela muy poco conocida: Su nombre era muerte, que transcurre en
la selva chiapaneca. Y ya que estoy ubicando a Bernardo Esquinca en la
tradición literaria mexicana, es justo mencionar el libro de cuentos Mantis
religiosa (1996), en donde Mauricio Molina sacó el entomólogo que lleva dentro.
A lo largo de La
octava plaga, Bernardo Esquinca desliza algunas líneas sobre el porqué de sus
obsesiones: “La única función de los sueños, dice, es recordarnos que el mundo
real es igualmente incomprensible”. Las ciudades de hoy son “psiquiátricos
gigantescos donde vivimos la ilusión de la libertad y la cordura”.
En el desarrollo de sus tramas, Esquinca se da tiempo para
reflexionar sobre la condición humana. Un ejemplo: “Platicando con amigos que
también se habían separado, descubrió lo común que era que, tras la ruptura,
las ex parejas se siguieran acostando. Tras la disolución de los vínculos
sentimentales, se buscaba un último lazo en el cuerpo. Así como existían los
ritos de iniciación, pensó Casasola, también estaban los de claudicación. Y el
sexo en las ex parejas —con toda su potencia de renovado pero momentáneo deseo—
marcaba la muerte definitiva de la relación”.
En Demonia, su libro de cuentos más reciente, continúa el
interés por los insectos o, mejor, asistimos a una ponderación de sus capacidades,
siempre en relación con los seres humanos. Las moscas “Son seres superiores
capaces de fornicar mientras vuelan, y con decenas de ojos que nos vigilan
desde cualquier ángulo […] Las moscas han matado más seres humanos que todos
los conflictos bélicos juntos […] Belcebú en hebreo significa dios de las
moscas”. Continúa también con los planteamientos sobre sus recursos y
obsesiones: “Creo que el miedo es un estado alterado que el cerebro llega a
necesitar, como una droga. Por eso los escritores de terror que tanto admiro
siempre tienen lectores”.
(*) Paco Montaño
Nació en la Ciudad de México hace 44 años y radica en León
de los Aldama desde hace 34.
Voraz lector desde temprana edad, escritor por consecuencia
y circunstancia; amante del hasta hace poco incomprendido arte de la Novela
Gráfica antes conocida como “cuentitos” y recientemente como “comic”. Cinéfilo
y melómano ha comprendido a fuerza de experiencia propia que necesita escribir
para vivir… y trabajar para comer.
Ha cursado varios a Diplomados en Creación Literaria por
parte del Instituto de Cultura del Estado de Guanajuato y por el Instituto
Nacional de Bellas Artes. Fue alumno de la escritora Claudia Guillén. Enamorado
del Cuento Corto en particular y de la
Literatura en general ha participado promoviendo talleres y cursos en esta la
que considera su ciudad. Recientemente incursionó en el Cine de corto metraje
adaptando a guión uno de sus cuentos teniendo como resultado una buena
aceptación en el medio. En la actualidad se encuentra colaborando con la Casa
Azul impartiendo cursos de Literatura.
Tiene el honor de haber publicado algunos de sus textos en
periódicos y revistas de circulación local, nacional y recientemente
internacional con la fortuna de haber obtenido algunos premios y reconocimientos
por algunos de sus cuentos. También ha realizado guiones para comic y
cortometraje, lo mismo que reseñas y breves ensayos sobre temas diversos.
Se declara ferviente creyente de que si madura demasiado se puede pudrir.
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